El Kung Fu es el arte marcial china por excelencia. Series de televisión, películas y sobre todo Bruce Lee han dado a conocer este arte al resto del mundo. Sin embargo, el templo Shaolin lleva desde tiempos inmemoriales formando a niños no tan fotógenicos en el dominio del Kung Fu. Disciplina, sacrificio y Buda, tres condiciones necesarias que no suficientes para alcanzar la excelencia.
El templo Shaolin se encuentra en Dengfeng, una pequeña localidad de la provincia de Henan, en el corazón geográfico del país. Desde su fundación hace más de 1500 años, el monasterio siempre ha estado rodeado de leyenda y misterio y como tal, no siempre ha contado con las simpatías del poder que en innumerables ocasiones lo destruyeron.
Shaolin combina dos prácticas: artes marciales y Budismo Zen. Una liberadora y la otra regeneradora de energía. Polos opuestos pero siempre necesarios para alcanzar el siempre deseado equilibrio. Los monjes han vivido durante siglos apartados de los focos, del desarrollo e incluso de las estadísticas aunque de un tiempo a esta parte se han dejado seducir por los ingresos extra de la publicidad.
En la década de los 90 un grupo de jóvenes saltimbanquis realizó una gira mundial para mostrar al público occidental sus peripecias y muchos de ellos no regresaron al templo. Se olvidaron de Buda y cayeron rendidos en brazos del tío Sam. Otros sin embargo, intentan el camino opuesto y éste es el argumento de American Shaolin, libro que ilustra la fotografía de hoy.